Conocemos algunos de los riesgos (y la lista es larga): quemaduras solares, alergias, envejecimiento de la piel, reducción del capital solar, cáncer... Pero a veces ignoramos las razones, aunque son cruciales. La radiación UVB-UVA, así como la luz azul de alta energía que absorbemos durante una exposición prolongada, provoca verdaderos daños en la piel. Los rayos UVB no penetran mucho más allá de la epidermis, mientras que los rayos UVA penetran más profundamente. Por ello, sus daños son menos visibles y pueden detectarse a largo plazo. Como prolongación de los rayos UVA, la luz azul HEV provoca daños celulares profundos a largo plazo al atacar todos los componentes celulares de nuestra piel: lípidos, proteínas y ADN.